
Sumergidos en ruido se nos deshoja el día de sus horas,
hasta las trece.
Las trece es la hora en que todo promete tomar forma.
Y cuando alguien parece que decide articular palabras.
Solo nos importa que abra bien la boca,
que enseñe bien la lengua.
Lo coreamos, claro. No vaya a ser que nos quedemos fuera.
Es un festín de grillos.
Son los otros.


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